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Cuando estar siempre feliz te enferma: la verdad sobre el positivismo tóxico

Vivimos en una época en la que parece que la felicidad es casi una obligación. Redes sociales llenas de sonrisas, frases motivacionales en tazas y agendas, y un mercado creciente de libros de autoayuda nos repiten el mismo mensaje: si no eres feliz, es porque no lo estás intentando lo suficiente.

Este fenómeno tiene un nombre: happytocracia. Un término que combina «happy» (feliz) y «autocracia», y que nos habla de un sistema en el que se impone la felicidad como norma, casi como una tiranía emocional.

La happytocracia es la idea de que la felicidad es el único estado emocional válido o deseable. Todo lo que no sea alegría, entusiasmo, optimismo, se percibe como un fracaso personal o una debilidad. La tristeza, el miedo, la frustración o la incertidumbre se convierten en emociones que «hay que eliminar» en lugar de comprender.

Y aquí es donde tengo mucho que decir.

Qué supone negar las emociones “negativas”

Las emociones, TODAS, tienen una función. La tristeza nos ayuda a procesar pérdidas y que los demás nos ayuden, el miedo nos protege, o la rabia, que señala que algo nos ha hecho daño y empuja a otras personas a repararlo. Esto es es términos muy genéricos, por supuesto no es tan sencillo. Desde luego, negar estas emociones no las hace desaparecer, solo las esconde, y muchas veces terminan manifestándose en forma de ansiedad, estrés, problemas de autoestima o somatizaciones.

Cuando nos sentimos obligados a ser felices todo el tiempo, corremos el riesgo de no permitirnos sentir, y eso es antinatural. No somos máquinas de felicidad, somos humanos.

El lado oscuro del pensamiento positivo

Por supuesto, tener una actitud positiva puede ser muy útil en muchos contextos. Pero cuando el pensamiento positivo se convierte en una exigencia constante, puede ser incluso dañino. Frases como “tú puedes con todo”, “todo pasa por algo” o “si quieres, puedes” pueden invalidar el dolor ajeno y llevarnos a sentir culpa por no estar bien.

Rápidamente aparece la sensación de estar fallando, como si el malestar fuera únicamente culpa tuya. Como si tuvieras el control absoluto sobre cómo te sientes y no supieras “gestionar bien tus emociones”.

Este discurso, aunque a veces bien intencionado, puede ser muy cruel. Frases como:

  • «Solo tienes que cambiar tu actitud.»
  • «La felicidad está en tu mente.»
  • «Tú decides cómo sentirte.»

Parecen empoderadoras, pero en realidad pueden volverse armas de doble filo. Porque cuando no puedes «pensar en positivo», cuando la ansiedad o la tristeza no se van por más afirmaciones que repitas, la conclusión lógica a la que llegas es: “el problema soy yo”.

Y ahí aparece la culpa.

Esa sensación interna de estar haciendo algo mal. De no esforzarte lo suficiente. De fallar como persona por no poder “ser feliz”. La culpa es especialmente peligrosa porque no solo agrava el malestar emocional, sino que bloquea el proceso de sanación. Nos aleja de la autocompasión y del permiso para sentir.

Cuando intentamos borrar o negar lo que sentimos, estamos ejerciendo una forma de represión. Es decir, empujamos fuera de la conciencia algo que nos resulta doloroso, amenazante o socialmente inaceptable. Pero lo reprimido no desaparece: se transforma en síntomas.

¿Qué podemos hacer?

Para empezar, no existen emociones “buenas” o “malas”. Existen deseos, conflictos, heridas, defensas… y todo eso forma parte de nuestra historia inconsciente. Las emociones “negativas” —como la tristeza, la rabia, la envidia, el miedo o la angustia— son señales de algo que está en juego internamente. Son mensajes que NO DEBEN SER SILENCIADOS, SINO ESCUCHADOS.

La clave no está en perseguir la felicidad a toda costa, sino en aprender a convivir con nuestras emociones de forma saludable.

Aceptar nuestras emociones no significa resignarnos, ni regodearnos en el malestar. Significa reconocer lo que sentimos sin juzgarlo. Esto significa:

  • Darles un lugar en nuestra historia: entender de dónde vienen, a qué deseo, herida o conflicto están ligadas.
  • Dejar de luchar contra nosotros mismos: cuando ya no gastamos energía en ocultar lo que sentimos, esa energía se puede usar en comprender y TRANSFORMAR.
  • Escuchar al inconsciente: todo afecto tiene sentido, aunque a veces no lo entendamos a primera vista. Aceptarlo es el primer paso para darle significado.
  • Acceder al verdadero cambio: no al cambio impuesto desde la exigencia externa de “ser feliz”, sino a una transformación interna que parte de la verdad subjetiva de cada uno.

👉 Permítete estar triste sin sentirte mal por ello.
👉 No te compares con los demás (sobre todo en redes sociales).
👉 Valida tus emociones, incluso cuando no sean «bonitas».
👉 Busca espacios donde puedas expresarte sin juicio.
👉 Y si lo necesitas, pide ayuda.

La felicidad no es una meta constante ni una línea recta. Es un estado que va y viene, igual que todas las demás emociones. Lo importante es cómo nos acompañamos a nosotros mismos en el proceso.

Porque como decía Freud: “Uno no se vuelve iluminado imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”.

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El Inconsciente en Acción: ¿Te Conoces?

¿Alguna vez te ha pasado que reaccionas de una forma y luego no entiendes por qué? Tal vez prometiste no volver a involucrarte en una relación tóxica, pero sin darte cuenta, terminas con alguien que te trata igual que tu ex. O quizás, cada vez que estás a punto de lograr algo importante, surge un obstáculo que parece fuera de tu control, pero en el fondo sientes que tú mismo te lo has puesto.

¿Por qué repetimos ciertos patrones aunque conscientemente queramos cambiar? ¿Qué fuerzas ocultas dirigen nuestras decisiones y emociones sin que nos demos cuenta?

La respuesta puede estar en el inconsciente. Esa parte de nuestra mente que, aunque no podamos verla ni controlarla directamente, influye en cada aspecto de nuestra vida. El psicoanálisis nos ofrece una llave para acceder a ella, entender su funcionamiento y, lo más importante, transformar nuestra manera de vivir y relacionarnos con el mundo.

¿Qué es el inconsciente y cómo afecta nuestras decisiones?

Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, describió el inconsciente como un depósito de pensamientos, emociones y experiencias reprimidas que siguen actuando en nuestra vida sin que nos demos cuenta.

Según Freud, nuestro yo se divide de la siguiente forma:

✔️ Ello → Es la parte más primitiva y caótica de la psique. Funciona con el principio del placer, buscando satisfacer impulsos y deseos básicos (como la sexualidad y la agresión) sin importar las consecuencias.

✔️ Yo → Actúa como un mediador entre el Ello y la realidad. Trata de equilibrar nuestros impulsos con lo que es socialmente aceptable, operando bajo el principio de realidad.

✔️ Superyó → Representa las normas, la moral y las reglas impuestas por la sociedad y la educación. Es la «voz» interna que nos dice lo que está bien y lo que está mal.

Ejemplo: Si una persona siente atracción por alguien prohibido, su Ello le impulsará a actuar, pero su Superyó lo reprimirá por razones morales. El Yo intentará encontrar un equilibrio entre ambos.

Esto significa que muchas de nuestras decisiones, hábitos y reacciones no son tan libres como creemos, sino que están condicionadas por experiencias pasadas y conflictos internos no resueltos.

Una persona que tuvo una infancia con padres fríos o distantes puede, sin darse cuenta, sentirse atraída por parejas que le generan el mismo sentimiento de vacío. O, si en la infancia se sintió juzgado o nunca lo dejaron expresarse, podría desarrollar una inseguridad extrema en la adultez.

Estos patrones no son simples coincidencias: son manifestaciones del inconsciente en acción.

A veces, el inconsciente no solo influye en nuestras decisiones, sino que habla a través del cuerpo o de síntomas emocionales. Algunos signos de que algo inconsciente está afectando tu vida son:

✔️ Ansiedad sin causa aparente.
✔️ Autosabotaje en el amor o el trabajo.
✔️ Fobias o miedos irracionales.
✔️ Síntomas físicos sin explicación médica (dolores, migrañas, problemas digestivos).
✔️ Sueños recurrentes con situaciones del pasado.

Cuando el inconsciente quiere hacerse escuchar, lo hace a través de síntomas.

El psicoanálisis no busca solo eliminar síntomas, sino entender su causa. Es un proceso donde, mediante la libre asociación y la exploración profunda, comienzas a descubrir las verdaderas razones detrás de tus emociones y conductas. No se trata de cambiar de la noche a la mañana, sino de un proceso profundo donde poco a poco descubres quién eres realmente y qué te impulsa a actuar de cierta manera.

¿Estás listo para escuchar a tu inconsciente?

Escuchar al inconsciente es darle voz a aquello que nos afecta sin que lo sepamos conscientemente. Desde el psicoanálisis, se considera que muchos de nuestros pensamientos, emociones y acciones están influenciados por conflictos internos no resueltos, recuerdos reprimidos y deseos ocultos. Al prestar atención a estas manifestaciones inconscientes, podemos comprender el origen de nuestros problemas y transformar nuestra vida de manera profunda y duradera. Puedes conseguir:

  • Romper patrones repetitivos
  • Comprender el origen del malestar
  • Descubrir tus verdaderos deseos

El inconsciente siempre está hablando, pero no siempre sabemos escucharlo. A través del psicoanálisis, podemos aprender a interpretar sus mensajes y, con ello, comprender mejor quiénes somos, por qué actuamos como lo hacemos y cómo cambiar aquello que nos hace sufrir.

¿Te gustaría empezar a escuchar lo que tu inconsciente tiene que decirte?

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¿Qué es el FOMO y cómo afecta a nuestros adolescentes?

En un mundo cada vez más conectado, ¿Quién no ha sentido ese pequeño pinchazo al ver una foto de amigos disfrutando de una fiesta en la que no estabas, o las vacaciones perfectas de alguien más? Ese sentimiento tiene un nombre: FOMO, del inglés Fear of Missing Out o «miedo a perderse algo». Aunque es un término reciente, su impacto es tan antiguo como el deseo humano de pertenecer.

Para los adolescentes, una etapa llena de emociones intensas y búsqueda de identidad, el FOMO puede convertirse en un compañero constante, especialmente en la era de las redes sociales. Pero ¿Qué es exactamente el FOMO, por qué ocurre y cómo podemos ayudar a nuestros jóvenes a lidiar con él?

¿Qué es el FOMO?

El FOMO es esa sensación de ansiedad que surge al creer que otros están teniendo experiencias más emocionantes, satisfactorias o significativas que tú. Es más que simple envidia; es un miedo profundo a quedar excluido socialmente o a no estar «en la onda». En los adolescentes, este sentimiento se intensifica porque están en una etapa crucial de formación social, donde la aprobación y pertenencia al grupo son primordiales.

¿Por qué ocurre?

El papel de las redes sociales: Plataformas como Instagram, Snapchat o TikTok están diseñadas para mostrar «lo mejor de nuestras vidas». Los adolescentes, al ver estas versiones «curadas» de la realidad, pueden sentir que su vida cotidiana es aburrida o insuficiente (las comparaciones son odiosas).

Cambios biológicos: Durante la adolescencia, el cerebro está en pleno desarrollo, especialmente en áreas relacionadas con las emociones y el sistema de recompensa. Los likes, comentarios y notificaciones activan una respuesta de dopamina, haciendo que quieran más y más interacción. Esto supone que no puedan parar de mirar, de compararse, de refrenarlo…si ya es difícil para los adultos, imaginad para alguien cuyo cerebro no está formado completamente hasta que cumple los 20 años.

Presión social y pertenencia: Ser parte de un grupo y «estar al día» con lo que sucede son necesidades casi universales en la adolescencia. No saber qué está pasando o sentirse fuera de lugar puede generar una sensación de exclusión que alimenta el FOMO.

¿Cómo les afecta?

Ansiedad y estrés: La necesidad de estar conectados constantemente para no perderse nada les puede llevar a un estado de alerta permanente.

Problemas de autoestima: Compararse con vidas aparentemente perfectas puede generar inseguridades y un sentimiento de insuficiencia.

Alteraciones en el sueño: Revisar sus redes sociales por este miedo hasta altas horas de la noche, supone sacrificar el descanso necesario para su bienestar y su desarrollo.

Desconexión del presente: Irónicamente, el miedo a perderse algo puede hacer que pierdan el momento presente, centrándose más en lo que no están haciendo que en lo que sí.

¿Cómo podemos solucionarlo?

  • Fomentar la autocompasión y el pensamiento crítico: Enseñarles que las redes sociales muestran una versión editada de la realidad puede ayudar a que dejen de compararse tan severamente con los demás.
  • Establecer límites saludables: Pactar horarios para el uso de dispositivos y fomentar el descanso adecuado.
  • Practicar la gratitud: Fomentar que los adolescentes se centren en lo positivo de sus propias vidas puede ayudarles a reducir la sensación de carencia o exclusión.

Un mensaje para padres y cuidadores

El FOMO es un gran desafío para los adolescentes, pero también una oportunidad para abrir conversaciones significativas sobre las emociones, la realidad detrás de las redes sociales y la importancia de la conexión auténtica. Como adultos, podemos ofrecerles herramientas para gestionar este sentimiento, ayudándoles a encontrar un equilibrio entre el mundo digital y el real.

El primer paso es escucharlos y acompañarlos, recordándoles que, aunque el mundo parezca girar rápido, su propio ritmo también es valioso. La tecnología, y la vida de hoy en día en consecuencia, va a una velocidad que nuestro cuerpo no está preparado para soportar, ni para realizar el cambio con tanta celeridad.

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La Culpa en la Maternidad: ¿Cómo Liberarnos de Ese Peso?

Cuando te conviertes en madre es como si te entregaran, junto con el bebé, un paquete lleno de emociones inesperadas. Hay amor, alegría, orgullo… y luego está la culpa. Esa compañera invisible que se cuela en los momentos más vulnerables y que parece estar siempre al acecho, recordándote que quizás, no lo estás haciendo «tan bien» como crees que deberías (ojo con este debería).

Pero, ¿por qué la culpa es tan común en la maternidad? Y más importante aún, ¿Cómo podemos aprender a manejarla para no dejarnos consumir por ella?

El Origen de la Culpa Materna: Expectativas vs. Realidad

Vivimos en un mundo donde las redes sociales y la cultura popular nos bombardean con imágenes de mamás perfectas: siempre pacientes, siempre organizadas, siempre felices. Entonces, cuando nos encontramos a las 2 a.m. sin dormir, con una casa patas arriba y sintiéndonos al borde del colapso, es difícil no compararnos. ¿Y el resultado? La culpa. Esa sensación de que, de alguna manera, estamos fallando.

Pero la realidad es que la maternidad es caótica y desordenada, y eso está bien. Es un trabajo lleno de altibajos y ninguna mamá lo hace todo a la perfección, aunque así lo parezca desde afuera.

¿Es la Culpa un Mal Necesario?

La culpa, en pequeñas dosis, puede ser útil. Nos recuerda que somos seres humanos con emociones y que nos importa lo que hacemos. Puede motivarnos a ser mejores, a aprender y a crecer. Pero cuando se vuelve abrumadora, cuando empieza a afectar nuestra autoestima y nuestra capacidad de disfrutar de la maternidad, es momento de ponerle un alto.

Liberándonos de la Culpa: Pasos para Sentirte Mejor

  1. Acepta la Imperfección: Nadie espera que seas perfecta, excepto tú misma. Y alguien lo espera…ya sabe dónde está la puerta. Recuerda que tus hijos no necesitan una mamá perfecta, sólo necesitan una mamá presente.
  2. Redefine el Éxito: Ser madre no significa tener todo bajo control. A veces, el éxito es simplemente pasar el día, reír con tus hijos o darte un respiro cuando lo necesitas. Celebrar las pequeñas victorias es clave.
  3. Habla de tus Sentimientos: Compartir lo que sientes con otras madres o con personas de confianza puede aliviar la carga. Te sorprenderá saber cuántas otras mamás se sienten igual que tú.
  4. Date Permiso para Fallar: Habrá días malos y está bien. Permítete tener esos momentos sin castigarte por ellos. Cada día es una nueva oportunidad para hacerlo mejor.
  5. Busca Apoyo: No tienes que hacer todo sola. Pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de fortaleza porque implica reconocer tus limitaciones (no todo el mundo las reconoce).

Un Recordatorio Final

La maternidad es un viaje lleno de desafíos y momentos hermosos. Es fácil perderse en la vorágine de responsabilidades y olvidarse de uno mismo. La próxima vez que la culpa toque a tu puerta, respira hondo y recuerda: estás haciendo lo mejor que puedes.

A tus hijos les importan más tus abrazos que tu perfección. Así que sé amable contigo misma, confía en tu instinto, y disfruta del viaje, con todos sus altibajos. 💖

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De Excusas a Resultados: Cómo Superar el «Yo Soy Así»

¿A cuántas personas les has escuchado decir «yo es que soy así»? Más de las necesarias, quizás. Es una expresión común que muchos utilizan para justificar comportamientos, actitudes o rasgos de personalidad. Aunque puede parecer una afirmación inocua y autocomprensiva, tiene profundas implicaciones psicológicas.

Cuando alguien dice «yo soy así», suele pensar que es una forma de expresar autenticidad y aceptación personal, donde la persona se siente cómoda con quién es. Sin embargo, también puede ser una barrera para el cambio y el crecimiento personal.

La autoaceptación es un componente crucial de la salud mental. Aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, con nuestras virtudes y defectos, es esencial para nuestra autoestima y bienestar emocional. Decir «yo soy así» puede reflejar una autoaceptación saludable donde la persona reconoce sus características y las abraza sin juicio.

Peeeeeero…puede ser una excusa para evitar el cambio y una forma de quitarse responsabilidad sobre las acciones. Es decir, puede ser utilizada como una forma de justificar comportamientos y actitudes sin asumir responsabilidad por ellos, siendo un mecanismo de defensa que protege la autoestima de la persona al evitar el reconocimiento de sus errores o la necesidad de cambio.

Cuando alguien dice «yo soy así», sugiere que sus características y comportamientos son inmutables y que se deben a factores externos, sin que esa persona «pueda» hacer nada para cambiarlo.

Implicaciones en las Relaciones Interpersonales

  • Es una declaración defensiva que cierre la puerta a la comunicación abierta y al compromiso.
  • Destroza la empatía y la flexibilidad en nuestras relaciones.
  • No se asume la responsabilidad de las acciones, por lo que conlleva consecuencias.

¿Qué pasaría si dejaran de usarlo como escudo?

Las personas empezarían a reconocer y aceptar sus errores, hecho que no sólo fortalece la integridad personal, sino que también fomenta la humildad y la apertura al aprendizaje continuo.

Estarían más inclinadas a adoptar una mentalidad de crecimiento, como indicaba la psicóloga Carol Dweck.

Tomarían el control de su vida, lo que lleva a una mayor satisfacción y realización personal, ya que se sienten más capaces de influir en su destino y alcanzar sus metas.

Se abren a la posibilidad de entender mejor a los demás, fomentando una mayor empatía y comprensión en las relaciones interpersonales, mejorando la calidad de sus interacciones y fortaleciendo sus vínculos emocionales.

Reducirían el estrés y la ansiedad asociados con la autojustificación y la defensa constante de uno mismo. Al aceptar que el cambio es posible y positivo, las personas pueden liberar la carga emocional de sentirse atrapadas en comportamientos inmutables.

Y además, pueden sentirse más valoradas y satisfechas consigo mismas.

TODOS tenemos el poder de cambiar y crecer. Al desafiar las creencias limitantes y adoptar una perspectiva de crecimiento, podemos transformar ese «yo soy así» en «¿Cómo puedo ser mejor persona?».

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¿Por qué enfermo justo en vacaciones?

¿Te ha pasado alguna vez que has estado con periodos muy estresantes en el trabajo o en lo personal y, justo cuando te vas de viaje o tienes algún evento, te pones enfermo? Ya sea después de un examen final, una fecha límite importante, o un evento estresante en nuestra vida, parece que el cuerpo finalmente «se rinde» cuando todo ha pasado. Pero…¿Por qué ocurre esto?

El Estrés y el Sistema Inmunológico

Cuando nos enfrentamos a una situación estresante, nuestro cuerpo activa una respuesta de “lucha o huida”, un mecanismo de supervivencia que nos prepara para reaccionar ante el peligro. Esta respuesta es mediada principalmente por el sistema nervioso y el sistema endocrino. Durante este proceso, el hipotálamo en el cerebro envía señales a las glándulas suprarrenales para que liberen hormonas del estrés, como el cortisol y la adrenalina.

Estas hormonas tienen efectos inmediatos y visibles: aumentan nuestra frecuencia cardíaca, nos hacen respirar más rápido y liberan glucosa en la sangre para proporcionar energía rápida. Esta respuesta es extremadamente útil cuando enfrentamos una amenaza inmediata (por ejemplo, escapar de un depredador). Sin embargo, en la vida moderna, muchas de las situaciones estresantes son prolongadas y no requieren una respuesta física rápida.

El cortisol, en particular, tiene un impacto profundo en nuestro sistema inmunológico. Bajo condiciones normales, ayuda a regular varios aspectos del sistema inmunitario y mantiene la inflamación bajo control. No obstante, cuando el estrés es crónico y los niveles de cortisol permanecen elevados durante periodos prolongados, el efecto puede ser negativo.

Pensemos en un estudiante que ha pasado semanas preparando exámenes finales. Durante ese tiempo, sus niveles de estrés son altísimos, y su cuerpo está en un estado constante de alerta. Una vez terminados los exámenes, el estudiante finalmente se relaja, pero es en ese momento cuando aparece un resfriado o gripe. Su sistema inmunológico, comprometido por semanas de estrés, no puede responder de manera efectiva a los patógenos.

El cortisol suprime la eficacia del sistema inmunológico al reducir la producción de linfocitos T, que son cruciales para combatir infecciones. También disminuye la producción de citocinas, que son mensajeros químicos que ayudan a dirigir la respuesta inmunitaria. Como resultado, la capacidad del cuerpo para combatir virus, bacterias y otras amenazas disminuye, dejándonos más vulnerables a enfermedades.

Imagina el sistema inmunológico como un ejército que necesita estar en constante alerta para protegernos. El estrés crónico actúa como un general que, en lugar de fortalecer sus defensas, decide reducir el número de soldados y la frecuencia de patrullas. Cuando finalmente el estrés disminuye, el ejército está tan debilitado que cualquier pequeño invasor puede causar estragos.

¿Para qué haría eso el Cortisol?

Como hemos mencionado, para controlar la inflamación, que es la respuesta de nuestro cuerpo a lesiones o infecciones. Porque una respuesta inflamatoria excesiva puede dañar los tejidos circundantes y alargar el periodo de recuperación, el cortisol ayuda a limitar esta respuesta excesiva. Y lo hace disminuyendo ese ejército, lo que facilita una recuperación más rápida y reduce el riesgo de daño tisular, previendo los daños autoinmunes para que no se ataquen erróneamente los propios tejidos del cuerpo o reduciendo las reacciones alérgicas de picazón, hinchazón o la dificultad para respirar.

Pero Entonces ¿Por qué No Enfermo Cuando Estoy Estresado?

Durante el estrés, la supresión del sistema inmunológico pudo haber permitido que algunos patógenos se mantuvieran latentes o subclínicos. Y lo que ocurre después de ese periodo es que al disminuir el estrés y, por tanto, los niveles de cortisol, el sistema inmunológico puede recuperar su actividad normal. Esto significa que ahora está más activo y puede detectar y responder a patógenos de manera más eficiente. Es un efecto «rebote» que puede hacer que el cuerpo sea más susceptible a infecciones por ese periodo de latencia para los patógenos.

Retroalimentación del Estrés

Es fácil caer en prácticas que, a la larga, perjudican nuestra salud física y mental. Tres de los hábitos más afectados por el estrés son la alimentación, el sueño y la actividad física.

Cuando estamos estresados, es común buscar consuelo en la comida, especialmente en alimentos que nos proporcionan una sensación inmediata de placer, como los ricos en azúcar, grasa y sal. Este fenómeno se conoce como «comer emocional». Los alimentos reconfortantes, aunque nos hagan sentir bien momentáneamente, a menudo carecen de los nutrientes necesarios para una dieta equilibrada.

La ansiedad y las preocupaciones constantes pueden dificultar conciliar el sueño y provocar insomnio. Incluso cuando logramos dormir, el sueño puede ser ligero y no reparador, afectando nuestra capacidad para funcionar durante el día.

La falta de sueño tiene un efecto dominó en otros aspectos de la salud. La privación de sueño afecta negativamente la concentración, el estado de ánimo y la capacidad de tomar decisiones. También debilita el sistema inmunológico, lo que nos hace más susceptibles a enfermedades.

Y además, el estrés puede reducir nuestra motivación para hacer ejercicio. La falta de tiempo, el cansancio y la sensación de estar abrumado pueden hacer que la actividad física sea una prioridad baja. En lugar de salir a correr, andar o ir al gimnasio, es más probable que optemos por actividades sedentarias como ver televisión o navegar por internet.

Estrategias para Romper el Ciclo

Requiere un enfoque consciente y proactivo. Algunas sugerencias ya muy conocidas son:

  • Planificar comidas saludables y equilibradas
  • Rutina de sueño regular, crear un ambiente propicio para dormir y practicar técnicas de relajación antes de acostarse.
  • Actividad física regular.
  • Técnicas de manejo del estrés como la meditación, la respiración profunda y el tiempo para actividades recreativas y sociales.

¿Y tú cómo equilibras la gestión del estrés para proteger tanto tu salud física como mental?

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Transgeneracional: Nuestra Herencia Invisible que Moldea Nuestro Presente

Las experiencias, traumas y patrones emocionales de nuestros ancestros pueden influir en nuestra vida actual. No es solo una cuestión de genética, sino de una transmisión emocional y cultural que se extiende a lo largo de las generaciones.

¿Qué es lo Transgeneracional?

Lo transgeneracional se refiere a la transferencia de traumas, comportamientos, valores y emociones de una generación a otra. Es una especie de herencia invisible que llevamos con nosotros, muchas veces sin darnos cuenta. Nuestros abuelos, bisabuelos y ancestros más lejanos vivieron experiencias que, de alguna manera, han dejado una huella en nuestra psiquis. Esto no significa que estamos destinados a repetir sus errores o sufrimientos, pero sí que esos legados emocionales pueden influir en nuestras actitudes y comportamientos actuales.

Las Huellas del Pasado en el Presente

Imagina que llevas una mochila. En ella no solo están tus propias vivencias y recuerdos, sino también las de tus padres, abuelos y más allá. Estas «mochilas emocionales» pueden contener:

  1. Traumas no resueltos: Experiencias dolorosas que no se han procesado adecuadamente pueden generar patrones de comportamiento disfuncionales.
  2. Patrones de comportamiento: Actitudes y respuestas emocionales aprendidas que se transmiten de una generación a otra.
  3. Creencias y valores: Ideas sobre el mundo y sobre nosotros mismos que hemos heredado y que pueden limitarnos o empoderarnos.

El Impacto Psicológico de lo Transgeneracional

Estos legados emocionales pueden manifestarse de muchas maneras, afectando nuestra salud mental y emocional. Algunas personas pueden experimentar:

  • Ansiedad y depresión: Sentimientos de tristeza o miedo que parecen no tener una causa específica en la vida actual.
  • Patrones de relación disfuncionales: Dificultades para establecer relaciones saludables debido a modelos de apego aprendidos de generaciones anteriores.
  • Autoconcepto negativo: Creencias limitantes sobre uno mismo que pueden haber sido transmitidas a través de las generaciones.

¿Se puede romper el ciclo?

La buena noticia es que no estamos condenados a repetir los errores del pasado. Podemos tomar el control y sanar estas heridas transgeneracionales a través de la conciencia y la acción intencionada. Aquí hay algunos pasos para empezar:

  1. Tomar conciencia: Identificar y reconocer los patrones transgeneracionales en nuestra vida. La terapia puede ser muy útil para explorar estas dinámicas.
  2. Aceptar y procesar: Permitirse sentir y entender estas emociones heredadas. La aceptación es el primer paso hacia la sanación.
  3. Transformar: Trabajar activamente para cambiar estos patrones. Esto puede implicar aprender nuevas formas de relacionarse, establecer límites saludables y desarrollar un autoconcepto positivo.

Entender y sanar lo transgeneracional no es una tarea fácil, pero es esencial para nuestro bienestar emocional y psicológico. Al abordar estos legados, no solo mejoramos nuestra propia vida, sino que también liberamos a futuras generaciones de cargas emocionales innecesarias. Recordemos que, aunque no podemos cambiar nuestro pasado, sí podemos transformar nuestro presente y, con ello, nuestro futuro.

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Sueños Prestados de Padres y Madres: ¿Una Trampa?

La vida es un cúmulo de sueños, de aspiraciones, de metas que, a veces, no alcanzamos. En muchas ocasiones, los padres, con la mejor de las intenciones, cometen el error de intentar vivir sus sueños no realizados a través de sus hijos.

Imaginemos, por ejemplo, a un padre que siempre quiso ser bombero. De niño, él soñaba con apagar incendios, salvar vidas y ser un héroe. Pero, por diversas circunstancias, nunca pudo cumplir ese sueño. Este padre, con todo su amor y su deseo de ver a su hijo triunfar, puede empezar a plantar en él la semilla de su propia aspiración. Compra camiones de bomberos de juguete, les cuenta historias heroicas antes de dormir y, eventualmente, empieza a expresar, de manera más o menos sutil, su esperanza de que su hijo siga ese camino. Al hacerlo, no se da cuenta de que está proyectando su propio deseo frustrado en una persona con sueños y aspiraciones propios.

La verdadera trampa aquí no es el deseo de querer lo mejor para los hijos, sino la incapacidad de diferenciar entre lo que es nuestro sueño y lo que es el sueño de ellos. Cada niño es un universo único, con sus propias pasiones, talentos y anhelos. La labor como padres es guiar, apoyar y alentar, no dirigir y controlar.

Cuando imponemos nuestros deseos frustrados en nuestros hijos, corremos el riesgo de crear en ellos una carga emocional innecesaria. Estos niños pueden crecer sintiéndose obligados a cumplir expectativas ajenas, lo que puede llevarlos a la infelicidad y a una falta de realización personal. En lugar de forjar su propio camino, se ven atrapados en un destino que no eligieron.

Para evitar esta trampa, es crucial aprender escuchar y observar a los hijos con atención y empatía. Hay que descubrir cuáles son sus verdaderas pasiones y ayudarlos a desarrollarlas, aunque estas no coincidan con nuestros propios deseos. Si un niño muestra interés por la música, la ciencia, el deporte o cualquier otra área, debemos apoyarlos en su camino, animándolos a seguir sus propios sueños.

¿Qué puede ocurrir al proyectar un sueño frustrado en un hijo?

  • Pueden ocurrir que tengan dificultades para descubrir y desarrollar sus propios intereses y talentos, ya que se sienten obligados a cumplir las expectativas de sus padres.
  • Pueden experimentar una falta de motivación y entusiasmo al no perseguir lo que les apasiona. Y con el tiempo, pueden desarrollar resentimiento hacia sus padres por imponerles un camino que no eligieron, lo que puede dañar la relación entre padres e hijos.
  • Pueden llegar a sentirse constantemente inadecuados al no poder cumplir con las expectativas de sus padres, lo que puede llevar a una baja autoestima y a una percepción negativa de sí mismos.
  • Al no haber tenido la oportunidad de tomar decisiones importantes por sí mismos, pueden enfrentar dificultades para tomar decisiones en el futuro y confiar en sus propias capacidades.
  • Esta presión por cumplir sueños ajenos puede generar altos niveles de estrés y ansiedad, afectando su bienestar emocional y mental.

La satisfacción de ver a los hijos felices y realizados no tiene comparación. Recordemos siempre que los sueños propios son solo eso, propios y de nadie más. Dejemos a los hijos encontrar los suyos y vivirlos en plenitud, sin las ataduras de los propios deseos no cumplidos. A fin de cuentas, el mayor éxito como padres es ver a los hijos ser quienes realmente quieren ser: libres y auténticos.

Queridos padres:

Es natural que queráis lo mejor para vuestros hijos, que anheléis verlos felices y realizados. Sin embargo, en ese amor y preocupación, a veces se puede caer en la trampa de intentar moldear sus vidas según los propios deseos y expectativas.

Cuando lleváis a vuestro hijo al psicólogo es crucial que lo hagáis con el corazón abierto y la mente dispuesta a escuchar. No presionéis al psicólogo para conseguir lo que vosotros queréis, pues nuestro trabajo consiste en ayudar a vuestros hijos a encontrar su propio camino, a superar sus retos y a desarrollar su potencial único. Cada niño es un mundo, y merece ser comprendido y apoyado en su individualidad.

Permitid al psicólogo que trabaje con libertad, guiado por el bienestar del niño y no por vuestras expectativas. Al hacerlo, no solo estaréis apoyando a vuestro hijo de la mejor manera posible, sino también fortaleciendo vuestra relación y permitiendo que florezca en su auténtica esencia.

Recordad, el verdadero éxito como padres no está en ver a nuestros hijos cumplir nuestros sueños, sino en verlos realizar los suyos propios.

Con cariño,

Mirian Luengo

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El Corazón Roto en el Duelo Infantil por Divorcio o Separación

El divorcio de los padres es un proceso complejo y desafiante que puede dejar una profunda cicatriz en el corazón de un niño. Cuando los padres se separan, los niños a menudo experimentan una montaña rusa de emociones: pueden sentirse confundidos, tristes, enojados, culpables o incluso aliviados.

Los niños necesitan espacio para expresar lo que sienten sin temor a ser juzgados o rechazados. Necesitan saber que no son responsables del divorcio o la separación y que no están solos en sus sentimientos.

Esta situación puede provocar una sensación de pérdida de estructura y familiaridad en la vida de un niño. Aunque el término «duelo» a menudo se asocia con la pérdida de un ser querido, también se aplica al proceso de adaptación y ajuste a cualquier cambio significativo en la vida, como son los divorcios, en los que los niños necesitan tiempo y apoyo para procesar sus emociones y encontrar una forma de avanzar.

Como duelo que es, no hay un plazo específico para sobreponerse, cada niño es único y tiene su propio ritmo de recuperación. Sin embargo, es crucial que los padres y otros adultos significativos estén presentes para ofrecer consuelo, orientación y apoyo emocional durante este tiempo.

Emociones y Comportamiento

  1. Tristeza y confusión: al no entender por qué está sucediendo o sentirse culpables de alguna manera.
  2. Miedo al abandono: si sienten que uno de sus padres los está dejando o si hay conflictos significativos durante el proceso de separación.
  3. Ansiedad y preocupación: preocuparse por dónde vivirán, si seguirán viendo a ambos padres con la misma frecuencia o si perderán otras relaciones importantes, como con los abuelos u otros familiares.
  4. Ira y resentimiento: pueden experimentar resentimiento hacia uno o ambos padres, especialmente si perciben que uno de ellos fue el causante del divorcio.
  5. Cambios en el comportamiento: volverse más retraídos, irritables, agresivos o regresivos en su desarrollo.
  6. Problemas académicos o sociales: mostrando un rendimiento académico disminuido o pueden tener problemas para relacionarse con sus compañeros debido al estrés emocional que experimentan.

Estos síntomas pueden variar en intensidad y duración según la edad del niño, su temperamento, la naturaleza del divorcio y el apoyo que reciban de sus padres y otros adultos significativos. Es crucial estar atentos a las señales de angustia emocional en los hijos y proporcionar el apoyo y la orientación necesarios para ayudarles a sobrellevar esta situación.

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Cómo la Esperanza y la Desesperanza son Fundamentales en la Vida

Pocas historias resplandecen con tanta intensidad como la del experimento de Rudolf Bilz. En un ambiente controlado pero desafiante, nos mostró cómo las ratas, pequeños roedores a menudo subestimados, podían enseñarnos lecciones profundas sobre la desesperanza y la esperanza, un papel crucial en la supervivencia.

Lo que hizo fue colocar algunas ratas en un recipiente lleno de agua, del cual no podían escapar fácilmente, para observar cuánto tiempo podían mantenerse a flote antes de rendirse y dejarse morir. Este tiempo era de 15 minutos.

Sin embargo, Bilz introdujo un giro en el experimento. En una segunda fase, algunas ratas fueron rescatadas justo antes de que alcanzaran el punto de agotamiento y se les permitió descansar en un entorno seguro durante un tiempo determinado. Este período de respiro representaba un rayo de esperanza para las ratas, una oportunidad de recuperación y renovación de energía después de enfrentar la desesperanza, y casi la muerte.

Después de ese período de descanso, las ratas fueron devueltas al recipiente de agua para enfrentar nuevamente el desafío. Y aquí es donde se reveló la diferencia entre las ratas que habían experimentado la esperanza y las que no. Aquellas que habían sido rescatadas mostraron una resistencia renovada y una disposición a luchar más tiempo antes de rendirse, en comparación con aquellas que no habían experimentado dicho rescate. ¿Sabes cuánto tiempo nadaron luchando por sobrevivir?

¿Puedes hacerte una idea?

Quizás 10 minutos más…

¿30 minutos en total?…

¡Fueron 60 horas! Algo impresionante…

Las ratas que experimentaron la esperanza mostraron una capacidad prolongada para resistir y luchar por su supervivencia, mientras que aquellas que no tuvieron esa experiencia sucumbieron más rápidamente al agotamiento y la resignación.

Este experimento ilustra de manera vívida cómo la esperanza puede ser un factor determinante en la capacidad de resistir y superar las situaciones desesperadas. Nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, la esperanza puede ser un poderoso motor que impulsa la voluntad de vivir y la resistencia ante la adversidad.

Sin esperanza, se socava la voluntad de vivir y la capacidad de resistir.

Está claro que la esperanza por sí sola no puede resolver todos los problemas ni garantizar el éxito en todas las situaciones. Pero sí cabe reconocer que es una parte importante de la ecuación.

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